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Desde la firma de Lacalle en el antebrazo a la cara de Vázquez: los que llevan la política en la piel

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Algunos de los tatuajes.

DE POR VIDA

"Lo sentí como alguien cercano", "conocí a una persona cariñosa", “la firma es especial, es su estampa su sello”, algunos de los motivos por los que decidieron llevar a estos políticos a flor de piel.

Hay quienes llevan la política a flor de piel. Maximiliano la lleva en el cuello, justo a la altura en que la carótida izquierda oxigena el cerebro y estira el cogote cuando se está enojado, en forma de un José Mujica caricaturesco dentro de su Fusca que diseñó el dibujante Arotxa. Consuelo y César la llevan en el antebrazo, con la firma y aclaración deLuis Lacalle Pou, como si su devoción por el presidente haya quedado estampada por decreto. Joaquín la acarrea cada vez que se calza y tres letras tatuadas arriba del tobillo le recuerdan su origen: JMS (Julio María Sanguinetti). Judy sabe que “hay orden de no aflojar”, como decía el fallecido ministro del Interior Jorge Larrañaga. Y así…

Dicen que entre los cazadores del neolítico los tatuajes tenían fines terapéuticos. Cuentan que en el antiguo Egipto era un ritual de iniciación. En Grecia y Roma simbolizaban los distintivos de los criminales. Que en las tribus de la Polinesia eran una ornamentación corporal, que para el Islam era un pecado, que en Japón estaba reservado al círculo íntimo del emperador, y que, según la Radio Televisión Española, el 38% de la humanidad lleva entintada la piel.

Para Sebastián Ibarra -38 años, consecuente de la murga Diablos Verdes y apasionado por la cultura de La Teja aunque es pocitense- el dibujo de Tabaré Vázquez en blanco y negro tocándose el pecho con el fondo de la bandera tricolor del Frente Amplio es el resultado de una promesa. Una promesa que se había hecho a él mismo, una promesa vinculada a un puesto laboral, una promesa de no rendirse ante su sueño.

Por eso debajo del tatuaje que lleva desde hace una semana en el brazo derecho -y que cuida con la misma delicadeza que los padres primerizos a sus recién nacidos: crema de ordeñe para evitar las lesiones, papel film como escudo protector y jabón antiséptico un par de veces al días- tiene inmortalizada la frase: “No te rindas” (frase que repitió el exmandatario en su acto de despedida).

Es el resultado de entre siete y ocho horas de sesión, soportando los pinchazos del tatuador Adrián que había seleccionado la foto de un Vázquez emocionado. Un sacrificio del que ya están enterados y “sorprendidos” por las redes sociales los nietos del expresidente, y que Sebastián exhibe con orgullo.

“Desde los 15 años estuve militando en el Frente y siempre sentí a Tabaré como alguien cercano: lo veía cuando iba a las actuaciones de Diablos Verdes, en la foto que nos sacamos juntos en 2014 en el Teatro de Verano, lo veía como el ejemplo de médico, de presidente de un club de barrio, del primer intendente de izquierda, del primer presidente de izquierda”. Sebastián no oculta su admiración, por eso no dudó que el tatuaje de más de 15 centímetros de altura tenía que estar visible, exhibible.

Tan visible que hace cuatro días fue al supermercado -todavía con el tatuaje forrado en film- y cuando fue a pagar con la tarjeta de débito, justo antes del “pin y verde”, la cajera le dijo: “¿Es Tabaré? ¿Le puedo sacar una foto?”.

Imagen de Mujica hecha por Arotxa
Imagen de Mujica hecha por Arotxa

Judy Morales -25 años, sanducera y blanca como hueso de bagual- también lleva un tatuaje político como resultado de una promesa. Todo comenzó cuando conoció a Jorge Larrañaga, tras una militancia que inició en la campaña electoral de 2014: “lo sentía como un político (pero) cuando me fui a estudiar (abogacía) a Montevideo en 2016 tuve la oportunidad de conocerlo y esa imagen de político serio y duro se fue desvaneciendo… conocí a una persona cariñosa”.

Un día, de cuya fecha en el calendario Judy no recuerda con precisión, Larrañaga les habló a los jóvenes blancos sobre la resiliencia, un término que la Real Academia Española define como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador”, pero que, según la joven militante, Larrañaga lo ejemplificaba mejor con sus ganas de “levantarse y seguir adelante”.

De ahí que la frase “hay orden de no aflojar” -cuyo origen, admite Judy, tiene varias versiones- haya sido la elegida para el tatuaje que lleva en el brazo, justo arriba del codo, desde la semana después en que falleció el entonces ministro del Interior. Para que no quepan dudas le estampó las iniciales JWL (Jorge Washington Larrañaga).

Cerca del 60% de los uruguayos mayores de 18 años tienen preferencias político partidarias sólidas. Así lo demuestran las sucesivas encuestas de la consultora Factum. Hay un 7% u 8% del electorado que integra un núcleo duro del Frente Amplio, al que se le suma otros 22% cuya preferencia por el partido de coalición de izquierda está fuera de dudas. El Partido Nacional cosecha otro 5% de militantes rigurosos -de esos que no se pierden una elección interna por más que fuese voluntaria- y otro 15% de votantes firmes. Y el restante 10% del electorado con preferencias definidas se reparte entre los otros partidos, cuenta el sociólogo Eduardo Bottinelli.

Por esta propia división del electorado, dice Bottinelli, no es extraño encontrarse con más frecuencia tatuajes de figuras nacionalistas o frenteamplitas que de otras agrupaciones. No solo eso: “el Partido Nacional es, históricamente, un colectivo que reivindica mucho a la personalidades, a sus caudillos: Oribe, Herrera, Wilson, Saravia”.

Y a los Lacalle. César Bosca -65 años, de esos que cabalga cada setiembre hasta Masoller- es, ante todo, “lacallista”. “De toda la vida, llevo un tatuaje que dice QKI (por el apodo “Cuqui” del padre del hoy presidente) y a Luisito lo sigo desde que era un gurí y militaba en la lista de la madre en Canelones”.

El mandatario es Luisito. No es Lacalle Pou, no es “presidente”, ni ninguno de sus cuatro nombres (Luis Alberto Aparicio Alejandro). Pero esa confianza, la misma que luce en una foto abrazado al jefe de Estado en el perfil de Whatsapp, no le fue suficiente a César para ocultar los nervios el 19 de junio pasado, cuando en el acto del natalicio de José Artigas aprovechó para enseñar su tatuaje.

“Estaba tan nervioso que ni recuerdo el comentario de Luisito, solo me acuerdo que sonrió”. César llevaba la firma del presidente en el antebrazo hacía cuatro años. “Mi familia sabía que era cuestión de tiempo y que me lo tatuaría, pero los que no son blancos me putean. El otro día tuve un encuentro con liceales y cuando les mostré el tatuaje más de uno me insultó”, cuenta César con humor.

La firma de Luis Lacalle Pou
La firma de Luis Lacalle Pou

No es el único que lleva la firma del presidente. Consuelo Varela tiene la rúbrica de Lacalle Pou en el antebrazo desde poco después que asumió el mando. “La firma es especial, es su estampa su sello”, cuenta esta maragata de 39 años a quien el mandatario le reconoció que, para él, “es un gran compromiso” que alguien lleve su firma todos los días.

Consuelo milita desde chica. Primero fue seguidora de Alianza Nacional y luego de la lista departamental 33. Un 28 de diciembre, el Día de los Inocentes, se tatuó el número de su lista en el hombro y sus correligionarios pensaron que era una broma alusiva a la fecha.

“Siempre concebí que la política es un instrumento para mejorar las condiciones de vida de la gente, y, para mí, el presidente Lacalle Pou es quien hace esa verdadera política”, cuenta con una verborragia típica de quien se siente entusiasmada por la firma que lleva anclada en la dermis y epidermis.

¿Y si un día se desencanta con el presidente? Consuelo ni lo pensó, tampoco le preocupa: “soy y seguiré siendo blanca, así que el tatuaje me acompañará el resto de mis días”.

A Joaquín Curcho -27 años, colorado “desde siempre”- le motiva la idea del tatuaje como eternidad. A Julio María Sanguinetti lo sentía como un abuelo -de hecho convivió con sus nietos- y un día de las elecciones juveniles tuvo una charla con el expresidente que le “voló la cabeza”. Al rato se convenció de que se iría a tatuar las iniciales del hoy secretario general del Partido Colorado y, al día siguiente apareció con JMS en imprenta unos centímetros arriba del tobillo.

¿Estás loco? Esa fue la pregunta que le hizo Sanguinetti cuando se enteró, y luego estalló en una carcajada. Pero Joaquín dice que no está loco, que ni siquiera es un fanático, sino que fue “puro afecto”. Un voto que su alma pronuncia cada día a flor de piel.

Joaquín se tatuó la sigla de Sanguinetti (JMS).
Joaquín se tatuó la sigla de Sanguinetti (JMS).

Un Mujica que cautivó fuera de fronteras

La cara de José Mujica impresa en un mate, en una remera o una bandera. El Pepe en blanco y negro, sobre un fondo de color celeste como en un reciente tatuaje que hizo Fernando, o tomando mate. La imagen del expresidente -como ocurrió con la foto del Che Guevara que sacó Korda- se convirtió en una marca (así define el psicoanálisis al rito del tatuaje). Y como tal trascendió fronteras. Maximiliano Prettis nació en Entre Ríos, Argentina, vive en España, y su tatuaje de Mujica dentro del Fusca se lo hizo una cordobesa en Málaga. “Es la expresión de una ideología que me representa, de una vida y obra que me cautiva”, cuenta Maximiliano -37 años y 15 tatuajes en su piel. Pero entre tantas imágenes del expresidente uruguayo no la tuvo fácil, hasta que por Instagram le llegó el dibujo de Arotxa, del libro “Dibujos al Pepe”, y lo sintió “tan cerca” que lo estampó a color en su cuello.

Las marcas en los políticos

Winston Churchill llevaba un ancla tatuada en el antebrazo, Franklin D. Roosevelt el escudo de su familia, Francisco De Narváez unas letras orientales en el cuello, Cristiana Cifuentes, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, tiene al menos cinco tatuajes, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, cuenta con un cuervo sobre la Tierra a la altura del músculo deltoides. Los políticos son, antes que políticos, personas. Y como los tatuajes se fueron popularizando en las últimas dos décadas, es probable que cada vez más lideres partidarios luzcan imágenes, frases o símbolos estampados en su piel. En Uruguay todavía no es tan frecuente ver ese cambio, quizás por la edad del elenco político (los miembros de la 49º Legislatura cuando asumieron tenían un promedio de 62 años). Pero es probable que los tatuajes ya no sean tabú.

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